domingo, 22 de enero de 2012

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   Alberto acababa de salir del bar.  Había ido a distraerse y tal vez encontrar a alguien para pasar la noche.  Hacía ya mucho que su novio se había ido, y la soledad de su apartamento se hacía más pesada con los días.  Sin embargo, en el bar no encontró nada que le llamara la atención. 
   Esperando un taxi, fumaba en la acera.  El muchacho se acercó a pedirle un cigarrillo. Inmaculadamente hermoso, le ofreció su sonrisa y conversaron.  El muchacho quiere acompañarlo a su apartamento.  Al entrar, lo besa ansiosamente.  El muchacho se resiste un poco, le dice que deberían tomarse unos tragos primero.  No le escucha.  Con manos ágiles lo desnuda y lo acaricia. 
   Pronto, el muchacho corresponde a sus caricias y pasan las siguientes horas en el vórtice del sexo apasionado.  Alberto al fin duerme, extenuado.  El muchacho vigila su sueño.  Este ha sido diferente.  No busca a los maricones porque le atraigan. Los busca porque son presas fáciles.  Sabe que su sonrisa siempre los desarma. Siempre le abren las puertas de sus casas. Entonces, un par de tragos, pedir algo de hielo, aprovechar un descuido para colocar en el trago el polvillo de escopolamina que lleva en su bolsillo, hacerles entregar el dinero y las cosas de valor, obtener las claves de las tarjetas. 
   No, no le gustan los maricones en absoluto.  Le asquean.  Es un trabajo.  Lo que le gustan son las muchachas, como aquella del barrio que embarazó el mes pasado.  Entonces, porqué habia llegado a este punto.
    Recordaba nítidamente lo mucho que había disfrutado penetrar su carne caliente, y que había disfrutado incluso más aún cuando el hombre se subió sobre el y lo penetró con suavidad hasta llevarlo al orgasmo más intenso de su vida. 
   Tiene que ser él.  El lo obligó de algún modo a hacerlo.  La furia oscurece su rostro.  Del bolsillo de su pantalón, extrae su navaja, y montado sobre él la encaja en todas las partes de su anatomía.  En algún momento, nota que al cortar el rostro, la herida no sangra.  Ya no se queja. Ya no respira.  Lleva ya buen rato apuñalando un cadáver, sin haber notado que ya había muerto. 
   En la ducha, se lava de toda la sangre.  Busca la ropa del muerto, dispersa por el suelo.  Registra sus bolsillos.  Un reloj de moda. Algo de dinero.  las tarjetas son inútiles, ni siquiera recordó a tiempo obligarlo a darle las claves.  El computador portátil de sobre la mesa.  No tiene mucho tiempo para registrar todo  por más cosas de valor. Alguien pudo haber escuchado algo.

Autor: Blackmount


Un nuevo relato de nuestro colaborador Blackmount... Nos muestra una situación donde un egocéntrico psicópata, muestra como existe esa repulsa hacia lo gay dentro de el; una lucha convulsa que da forma a su existencia y a sus actos.
Agradecemos tu colaboración, y darle forma a esta segunda entrega de nuestra sección de relatos.

5 comentarios:

  1. Muy interesante relato. Os he conocido a través de los premios. Os continúo siguiendo. Saludos

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  2. Vengo por recomendación de Blackmount. Y me sorprende en este registro. La historia da escalofríos, es muy fuerte. El giro que da es tremendo. Y deja mucho para la reflexión.

    Saludos, y felicidades para Blackmount.

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  3. Un relato muy interesante. Claro, conciso, lleva a la reflexión de muchas actitudes y como la negación nos puede llevar a actos brutales.
    Saludos

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  4. Muchas gracias a los tres, gracias que os damos en nuestro nombre y en el de nuestro gran colaborador Blackmount...

    Roberto T nos alegra verte por aqui, dado que compartimos tierra, en fin esperamos volver a verte por estos lares y prometemos pasarnos por ese maravilloso y volatil blog que tines...

    Un saludo!!

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  5. Vaya, muy buen relato, lástima que Alberto muera al final...
    No imaginé que fuera a matarlo...

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